martes, 19 de junio de 2007
OLOR A SALITRE
Lo mismo que las magdalenas de Proust suspendidas en un paréntesis del tiempo perdido. Igual que la fuerza indescriptible de una ola cuando deja junto a tus pies una estela de espuma. Igual, digo, llegan los recuerdos, anárquicos y caprichosos.
Y no se por qué, a veces, andando entre edificios de hormigón, me llega el olor del mar. Sin sonidos. Sin imágenes. Sólo su olor.
¿A qué huele el mar embravecido?. ¿Y esa gota que cae sobre las rocas?. El agua estancada en pequeñas grutas o un trozo de alga olvidado desde hace dias...
¿A qué huele la playa cuando duerme?. ¿Y el sol al despertarse?. ¿Y la niebla?.
Será cierto que el mar nunca descansa. Que se empeña en vigilar nuestros sueños cada noche. Que busca incansable la soledad resquebrajada por el latido de su propio pulso. Y del nuestro. Y de los que estuvieron y no están,y dejaron en su espejo azul millones y millones de miradas.
Asomarse a Baiona a través de una ventana es igual que buscar un rostro diferente, ese que pocos consiguen ver. Una aparición entre la bruma de las primeras horas del dia o ese último rayo, el luscofusco, que deja una paleta de colores suaves en el cielo. Como acuarelas que han perdído sus límites. Y se funden, como los cuerpos de los amantes, ajenos al mundo y al bullicio.
Al final el paréntesis del tiempo perdido siempre se cierra. Y los ojos vuelven, empañados, pero vuelven al gris del cemento armado. El mar deja paso al claxon de un camión, el llanto de un niño enrabietado o el chirrido de unos frenos. Incapaces sin embargo de aniquilar los sueños.
El olor a salitre volverá cuando menos te lo esperas, disfrazado pero cercano, para que no pases de largo y puedas volver a buscar trás tus mismos pasos ese lugar donde duermen y esperan los recuerdos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
En esta habitación donde reposarán mis comentarios hay, al fondo, estampado en el centro de una blanca pared, un ventanuco abierto. Me acerco hasta él y asomo la mirada buscando el mar, abro el telón que suponen mis parpados para contemplarlo como siempre lo hice: desde la fresca infancia, desde que lo recuerda mi memoria.
El mar atrae tal vez por la añoranza que supone de nuestro anfibio origen, o tal vez por que se acerca a nuestra concepción de lo inmenso y eterno, o acaso es la intuida posibilidad de huida de la desconfianza que habita en tierra firme.
Y su olor nos persigue buscando completar un hueco reservado en nuestra pituitaria, nos calma y nos transporta hasta la madre mar de ese tiempo perdido, de ese tiempo que se ha ido desgranando en cada paso dado.
Me encantan tus escritos, denotan una extraordinaria sensibilidad.
¿Por qué está tan vacía siempre esta atractiva habitación?
Un beso.
El mar nos atrae porque remueve nuestros recuerdos más ancestrales como seres vivos de que fue allí donde empezó la vida y de que es allí donde nos sentimos acogidos y conforatdos, como una madre protectora que nos mece con sus olas, cuya canción de cuna nos llega por el rumor de sus olas. Me ha encantado el post.
Publicar un comentario